jueves, 20 de diciembre de 2012

El día que se me acabó el mundo.

El día que se iba a acabar el mundo aparentemente no se acabó. Tal vez fue el inicio de otros tiempos o incluso un día o una fecha tan normal como cualquier otra. Todo depende para quien.

Para mí, fue el día que se me acabó el mundo.

Ha estado tanto tiempo conmigo que he perdido la capacidad de asombrarme con cada detalle y cada segundo que comparto con él. Ha estado conmigo tanto tiempo que a veces olvido lo honrada que debo sentirme con su presencia. Ha estado tanto tiempo conmigo que mi costumbre tiende a pensar que así será para siempre.

Y tal vez no.

El mundo se les acaba a aquellos que se les acaba el tiempo, la vida. Y si tú te vas, contigo se va mi vida y con mi vida y contigo se me va mi mundo. He prometido tantas veces cambiar, hoy te prometo amar. No es que no lo haya hecho antes, pero ahora será mi primer y último pensamiento del día y tengo la certeza que así, no te volveré a fallar.

Pon en mis manos de nuevo tu corazón y prometo que estas manos no tendrán ninguna otra función más que cuidar lo que en ellas has depositado y, si así me honraras, lo sigas haciendo.

Sea quien sea que esté leyendo esto: no es para ti a menos que al leerlo, tengas la certeza que sí lo es. Porque si sí lo eres, en tu corazón se dibujará una sonrisa de esas que ordenan que comiencen a volar las mariposas en el estómago y emitan con fuerza un suspiro que se origina en el alma. Hasta que lo leas tendrás la certeza que es para ti porque cada palabra ha sido pensando en ti.

Dame una oportunidad más de amar.

lunes, 17 de diciembre de 2012

De Verónica aprendí…

De mi pequeña Hawaiiana con ukelele llamada Verónica aprendí que si el camino (la vida) es pedregoso (difícil), es una excelente oportunidad para bailar (vivir) con más ganas.

Que sí afuera (el mundo) está muy frío, se puede usar bikini (destapar el corazón) y enseñar a todos que el clima que importa es el de adentro (la calidez humana).

Que tocar el ukelele (hacer lo que más disfrutas) se puede hacer en cualquier lugar (sin importar en donde estés y hasta con los ojos cerrados).

Y a no ocultar el ser Hawaiiana (ser quien eres) aunque te rodees de gente que no es de ahí (que no piense, crea o sea como tú).

Ah, y una cosa más: a ser una excelente compañera de camino. (Creo que esta no necesita paréntesis).

viernes, 14 de diciembre de 2012

Una vida normal

Las experiencias dolorosas, independientemente de lo que se hayan llevado, nos dejan sabiduría o mínimo un aprendizaje pero también nos regalan un poco de «malicia».

Esta es la historia de aquella persona que aprendió lo que le enseñaron desde que nació, las normas generalmente aceptadas de conducta y comportamiento social, qué hacer en los casos más generales y en el día a día, qué decir, cómo actuar, qué pensar; en fin, un habitante más del planeta. Creció y se dio cuenta que había conflictos para aplicar lo que le habían enseñado cuando las cosas que "generalmente pasan" no pasaban y comenzaban a suceder cosas que "no eran normales".

Para entender un poco más su pequeña realidad, le habían enseñado que la muerte generalmente llegaba a una edad avanzada, cuando el tiempo aclaraba los cabellos y arrugaba la piel. El día que murió su amigo no supo cómo reaccionar. El signo del tiempo de su amigo no había alcanzado a arrugar su piel; una que otra línea de expresión en su sonrisa pero nada más. La causa de la muerte de su amigo, según sus conclusiones, había sido como razón principal el tráfico de droga. Ese día decidió que por ningún motivo usaría alguna droga ilegal ya que esto, según él, estaría creando más muertes que no eran normales.

Luego, falleció un tío. Más viejo que su amigo pero aún sin cumplir las características de una persona de tercera edad. Este tío había muerto por enfermedades cardiovasculares. Ese día prometió que cuidaría su alimentación y haría ejercicio de por vida ya que haciendo eso y con su ejemplo lograría que la muerte no cobrara la vida en una situación anormal.

Después falleció la madre soltera que atendía la tienda de abarrotes de la esquina. Más joven que su tío la muerte la había alcanzado después de que un joven se había impactado contra su vehículo en un momento de distracción con el celular. Decidió también que al tomar el volante de cualquier vehículo nunca dejaría que algo le quitara su atención al manejar ya que dejaría sola a una niña de 6 años, cosa que no sería normal.

Por último, al pasar por un hospital se dio cuenta de que había fallecido un recién nacido y fue hasta entonces que entendió que cualquiera podía morir tan solo por el hecho de vivir, que cualquiera puede fallar por el hecho de intentar, cualquiera puede caerse tan solo por el detalle de estar de pie.

Ese día decidió empezar a vivir. Ese día dejó de ser normal cualquier día de su vida.