jueves, 29 de septiembre de 2011

Me dueles.

Sí, me dueles.
Me dueles de pies a cabeza, 
de derecha a izquierda 
y de principio a fin.

No sé qué me duele más; lo que me dices o lo que tus palabras esconden, lo que afirmas o lo que no te atreves a negar, de lo que estás seguro o lo que temes mostrar debilidad.

Mientes cuando dices que ya no puedes, porque tus manos me han revelado toda la verdad; tu nerviosismo que corre por tus palabras y vibra en tus manos gritan que me extrañas y que en realidad conmigo quieres estar.

Pero es triste saber, que a pesar de que pude oír tu corazón latir con fuerza cuando escuchabas mis palabras confesar un sentimiento de continuar, tu razón construyó un muro de protección frente a tu corazón hecho a base de ego, miedo y anhelos de siempre querer controlar todo, para así dar como respuesta a mi advertencia de que ya me marchaba tan solo un "no quiero que te vayas así". Pudimos haber sido grandes si hubieras aceptado la oferta y apostarlo todo. Arriesgarlo todo. Darlo todo. 

Ahora, me es difícil saber qué es lo que quiero por el simple hecho de ver en ti lo contrario a lo que me enamoró.

Dices que fue bueno, porque contigo aprendí. Y sí, contigo aprendí, tan solo en esta pequeña plática que nadie merece estar con alguien que cree que le está haciendo un favor con su presencia. Aprendí que nadie debe estar con alguien que deja de caminar con el corazón en mano para esconderlo y no sufrir; pero tampoco amar. Aprendí que nadie, absolutamente nadie debe estar con alguien que decide bajo el sentimiento del dolor su elección de ser feliz. Oferta que la vida da, pocas veces.

Y tal vez te pase como a mí, que justo después de odiarte tanto solo se me ocurra amarte. Pero como siempre nos pasa; que el amor nos llega justo cuando ya nadie quiere aceptarlo.

Y he aquí, el principio de una corta (pero dura) despedida.

A ver si en nuestra próxima vida nos arriesgamos.