domingo, 6 de enero de 2013

Ci vediamo

De más joven tenía miles de filosofías de vida. Entre ellas, caminar con el corazón de frente, encontrar la felicidad en saber que amaste aunque esa relación ya no existiera, estar para los demás en todo momento y en todo lugar, considerar que nadie te ha fallado por el simple hecho de que uno no está exento de cometer los mismos errores por tener la misma condición humana y más. En fin, en mi adolescencia me convertí en un libro de superación personal. Sin embargo, pasan los años y me he dado cuenta que no es tan fácil continuar con los mismos ideales por más que quiera. En esta ocasión quiero hablar de ese estilo de vida que me ha sacado un par de canas y dos que tres galones de lágrimas:

Aferrarme a permanecer en la vida de los que amo.

Es un hecho, si alguien quiere estar contigo hará lo que sea necesario para que suceda. Ninguna relación (de amistad, amorosa, profesional...) funciona con una sola parte. Y esto me ha costado demasiado asimilarlo.

He permanecido días, meses, y en ciertos casos años, esperando a que esa persona vuelva y quiera caminar conmigo. Pero lo único que me ha dejado esta espera es que ese amor se vaya con el viento y se desvanezca las ganas de seguir ahí. Y que, al no darme cuenta de esto, el amor se convierta en capricho y el capricho en una ilusión que nunca se consumará.

No quiero estar con alguien que tenga que pensar si me quiere. Quiero alguien que, al conocerme, logre querer aventurarse a conocer más y en su momento que tenga la certeza de que quiere estar conmigo.

No quiero volver a aferrarme a la compañía de una persona sabiendo que en su corazón no hay un espacio para mí.

Pero más que todo, no quiero volver a llorar por haber cometido el error de amar a alguien que nunca estará dispuesto a amar de vuelta. Ni siquiera a él mismo.