Y estaba ahí, parada, sola, esperando la señal para empezar a trabajar. Pero en el periodo de ese tiempo llegaste tú a mi pensamiento. Y no supe qué hacer. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo hasta llegar a mi alma y desembocar en forma de rayo que jalaba a mi corazón y que buscaba juntarlo con mi estómago. (Ese estómago que ha recibido más harina refinada que mariposas últimamente.) No supe qué hacer. ¿Se me había olvidado olvidarte por completo? Como ese documento importante que has olvidado mandarlo a la trituradora así había olvidado olvidarte. Algo me decía que había una posibilidad de que más que olvidarlo, no había podido completar la acción; seguía recordándote.
En medio de la noche más fría que he presenciado, me encontraba parada en una montaña aferrándome a un ixtle como mi única seguridad. Pensándote. Preguntándole a Dios si olvidarte sería posible. ¿Qué has hecho que no puedo vivir tranquila lejos de ti? ¿Serás mi única seguridad? ¿Por qué después de tanto tiempo solo he conseguido aferrarme más a tu recuerdo?
¡LISTOS!
Un grito de afuera interrumpió mi revolución interna. Era tiempo de trabajar. Dejarte ahí, parado, solo. Y que, eventualmente, esperaras la señal para empezar a trabajar.